sábado, 10 de diciembre de 2011

El arzobispo no quiere que se le espante la grey

 (Relieve del arzobispo Martín de Herrera en la catedral de Santiago)

A finales del siglo XIX, en pleno auge del asociacionismo obrero en toda Europa, también en Galicia habían surgido agrupaciones de todo tipo, entre las que empezaban a tener importancia las socialistas. La Iglesia, que había combatido al liberalismo con uñas y dientes (menos al económico) tiene ahora un nuevo enemigo, y en su carta pastoral, el arzobispo compostelano José María Martín de Herrera, de 6 de enero de 1898, decía lo siguiente:

Prohibimos a todos nuestros diocesanos inscribirse en cualquiera asociación o círculo de agricultores, artesanos u obreros en cuyos estatutos no se consigne a la Religión católica y a la Autoridad pública. 

Monseñor pretendía conculcar un derecho constitucional reconocido ya a todos los españoles. En el siguiente párrafo podemos ver el intento de controlar la vida privada de las personas, así como la autoconcesión de autoridad para señalar lo que es error y lo que no en materia que no era religiosa; parece que su preocupación estaba en que se atentase contra los intereses materiales de la Iglesia.

Prohibimos asimismo el asistir a las reuniones de círculos o asociaciones en que, ya embozadamente, ya con claridad, se sostengan los errores del socialismo contra la propiedad y contra el orden público.

Prohibimos la lectura de periódicos, revistas u hojas sueltas en que se propalen y defiendan los errores del socialismo.

Pueden parecer muchas prohibiciones, pero lo cierto es que el señor arzobispo quería actuar como una autoridad dentro de un estado que, siendo confesionalmente católico, no otorgaba a la jararquía católica potestades para dichas prohibiciones. De todas formas el arzobispo era consciente de la influencia que la Iglesia había ejercido siempre en la sociedad y no creía llegado el momento de que tal influencia se acabase.

Recomendamos la formación de asociaciones y círculos de obreros francamente católicos, consignando en los estatutos de los mismos el descanso dominical y la asistencia a la Santa Misa en los días de fiesta, la prohibición [otra vez prohibición] de la blasfemia y la práctica de la caridad con los asociados, particularmente al fin de la vida, para que reciban a tiempo los Santos Sacramentos.

Hay una evidente mezcla de cuesiontes litúrgicas, morales y el intento de engancharse al asociacionismo que la Iglesia no había propiciado y sobre el que le había cogido la delantera la sociedad civil.

Exhortamos a todos los buenos católicos, y en especial al venerable Clero, a que promuevan y protejan dichos círculos y asociaciones, procurando que en todas las reuniones haya alguna práctica de religión que acredite el acarácter propio de dichos círculos y asociaciones.

Si por monseñor fuese no habría en España más asociaciones que las católicas.

Exhortamos a todos nuestros diocesanos a que dirijan a Dios fervientes plegarias para que jamás arraigue en nuestra Archidiócesis la planta venenosa del socialismo, y que sus propagadores no logren engañar a los incautos con las vanas promesas de una felicidad ilusoria.

"Planta venenosa del socialismo" parece una frase poco prudente para un pastor de la Iglesia; pero eso de que el socialismo, entonces, defendiese la propiedad púbica de los medios de producción y se mostrase materialista en su interpretación de la historia humana, era demasiado para que lo pudiese soportar el arzobispo. "Que sus propagadores no logren engañar" es una frase que implica una acusación; podría haber dicho que están esquivocados, por ejemplo. "Las vanas promesas de una felicidad ilusoria" se podrían aplicar a los que predicaban y predican la felicidad en el otro mundo, pero parece preferir monseñor que la felicidad se postponga antes de ser alcanzada en vida.

El arzobispo compostelano interpretó de forma muy particular la doctrina social de la Iglesia que el papa León XIII intentó establecer. Cualquiera que lea la encíclica Rerum novarum verá que media un abismo entre las propuestas del papa sobre las relaciones entre el trabajo y el capital y las prohibiciones del arzobismo Martín de Herrera. Y si leemos la encíclica del mismo papa Inmortale Dei, veremos que el arzobispo compostelano en nada sigue aquella doctrina sobre el papel de los católicos en las sociedades de la época. En cambio sí sigue al pie de la letra el arzobispo las enseñanzas de la encíclica Humanum genus en materia de filosofía moral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario