viernes, 2 de diciembre de 2011

Las mentiras de Ramsés

 (Deir-el-Medina)

En el siglo XIII antes de Cristo tuvo Egipto uno de los reyes más sobresalientes y duraderos de su civilización. Luchó en Kadesh contra los ejércitos hititas, resultando victorioso según las fuentes egipcias y derrotado según las fuentes anatolias. La victoria, si es que la hubo por alguna de las partes, debió ser pírrica. Lo cierto es que Ramsés recibió a una princesa hitita como señal de acuerdo y paz duradera entre los dos imperios. Entonces llegó la joven a Per-Ramsés, en el delta, capital escogida por el faraón, donde quedó asombrada por el exotismo y la riqueza de la vegetación, los estanques, jardines y palmerales, la abundancia de frutas entre las que abundaban los dátiles, los árboles y los cultivos, contrastando con el paisaje pelado dominante en las alturas de Anatolia. 

La batalla de Kadesh, desde entonces, ha sido narrada por orden del rey egipcio en los muros de muchos templos, bien mediante epigrafías o mediantes figuras donde se ve al faraón guerreando, victorioso, sin pasar nunca por apuros ante el enemigo. Aparecen los aurigas hititas vencidos y, según alguna inscripción, "el aliento del faraón abrasando al enemigo con su fuego". Ramsés hizo que se narrase la deserción de sus tropas y cómo él fue capaz de vencer solo al enemigo, algo evidentemente imposible si no fuese porque Ramsés quería aparecer ante su pueblo como un dios. La propaganda real no era más que una monumental mentira, como otras muchas campañas de propaganda a lo largo de la historia. Los muros del templo de Karnak fueron esculpidos con figuras cuyos contornos están rehundidos; el rey en esfuerzo denodado, pero sereno, triunfante, en movimiento petrificado, radiante como un sol.

Más tarde hizo que su tumba y la de su esposa preferida, Nefertari, se excavasen en las rocas del sur, en Deir-el-Medina. En los interiores rupestres están representados los cuerpos rojos y las cabelleras negras, los maquillajes, serpientes que se curvan en los muros, ropajes vistosos, representaciones de Horus, diademas e instrumentos musicales. Nefertari, "por la que el sol brilla" y la que tenía "dedos como flores de loto", según el propio Ramsés, murió pronto, pero no por ello dejó el rey de tener hijos que asegurasen su descendencia. Las crónicas hablan de más de cien entre varones y mujeres, que vivieron en el valle del Nilo viendo cómo los campesinos aventaban la paja y el grano y fabricaban cerveza. En piedras planas que se conservan constan los datos, minuciosos, sobre la construcción de las tumbas y sobre los templos de Abu Simbel, otra muestra de propaganda en la frontera sur. Aquí se estableció e Ramsesium, donde escribas describieron en papiros las glorias inventadas del rey, diseñaron edificios y legaron a la historia el carácter sobranatural del faraón. 

También el rey mandó construir otra entrada en el templo de Luxor, donde cuatro estatuas con su efigie le glorifican. En la sala hipóstila del templo de Karnak 134 columnas de una tonelada de peso cada una, en forma de flor de loto, sobrecogen a los visitantes. Pero nada evita la muerte y a los sesenta y siete años de reinado, quizá cuando Ramsés II tenía 93 de vida, ésta se extinguió, conservándose hoy su momia en el Museo de El Cairo.

Algo más tarde unos pueblos que procedían del mar y de origen no del todo conocido asolaron Egipto; antes lo habían hecho con Anatolia, Siria y Palestina. Se bloquearon las rutas de comercio y los nubios aprovecharon para desembarazarse del poder egipcio. El oro del sur desapareció y llegó la necesidad y la hambruna. Entonces las tumbas de los reyes fueron profanadas y expoliadas; obreros y otras gentes, conocedores de las riquezas que encerraban, pues habían ayudado a excavarlas, las asaltaron con sus hijos y otra descendencia. De allí se llevaron el oro, las piedras preciosas, los amuletos y las joyas, hasta el punto de que reyes posteriores decidieron, ya en el siglo XI antes de Cristo, trasladar las momias a otras tumbas. La de Ramsés II también, quizá a lomos de una mula, reducida a nada, tras toda una vida de gloria, de riqueza, de victorias y de mentiras.


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