miércoles, 7 de diciembre de 2011

Una griega en la Corte egipcia

 (Santuario de Deméter en Cirene)

En el siglo VI antes de Cristo, un rey egipcio ya venido a menos, pues el valle del Nilo y su delta estaban claramente influidos por los intereses de griegos y mesopotámicos entre otros, tomó por esposa a una griega de la colonia de Cirene, en la actual costa de Libia. El rey egipcio era Amasis II y la griega de Cirene se llamaba Ladice. Según unos era hija de Catto; según otros de Arcesilao, y aún hay quien dice que lo era de Cristóbulo, "hombre de gran autoridad y reputación en Cirene", según Heródoto. A nosotros no nos importa de quien era hija porque a la postre, para casarse con el rey egipcio, debía pertenecer a una familia pudiente, de manera que esta alianza personal facilitase las cosas entre Egipto y los comerciantes griegos. 

Así lo relata Heródoto en su Libro II cuando dice "formó Amasis un tratado de amistad y alianza mutua con los de Cirene [prueba de que era una colonia griega al margen del poder egipcio], de entre los cuales no se desdeñó de tomar una esposa, ya fuera por antojo o pasión de tener por mujer a una griega, ya por dar a estos una nueva prueba de su afecto y unión".

Parece ser que Amasis, durmiendo con la griega Ladice, "jamás podía llegar a conocerla", teniendo sin embargo relaciones muy normales con otras mujeres. Y viendo que siempre sucedía lo mismo habló con su esposa de esta manera: "Mujer: ¿que has hecho conmigo? ¿que hechizos me has dado? Perezca yo, si ninguno de tus artificios te libra del mayor castigo que jamás se dio a mujer alguna". Ladice se disculpaba diciendo que ella nada tenía que ver en esto, pero Amasis insitía. Entonces la griega fue al templo de Venus y hace allí un voto prometiendo enviar a Cirene una estatua de la diosa con tal de que Amasis "la pudiera conocer aquella misma noche". Hecho: así la pudo conocer el rey y así la amó de ese día en adelante. Agradecida Ledice, envió a Cirene, en cumplimiento de su voto, la estatua prometida, y cuando el persa Cambises se apoderó de Egipto, al oir quien era aquella Ladice, "la remitió a Cirene sin permitir se la hiciera el menor agravio en su honor".

La narración de Heródoto es hermosa -la veracidad de la misma es lo de menos- y su prosa cuidadísima. Pero además de esto permite conocer la incursión de los comerciantes griegos en el norte de África durante el siglo VI antes de Cristo y la posterior conquista persa de Egipto. He podido escribir esto aquí gracias al ilustrado mallorquín Bartolomé Pou, que saliendo de una familia de campesinos con ciertos recursos, se hizo clérigo, estudió griego y tradujo algunos libros de las "Historias" de Heródoto.

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