domingo, 26 de agosto de 2012

El monte Peregrino


Al oeste de Suíza, asomándose al lago Lemán, se encuentra el monte Peregrino, en cuya falda convocó en 1947 el economista Friedrich Hayek una reunión de colaboradores suyos, alumnos y el que podría considerarse su mentor, Ludwig von Mises. Todos ellos eran partidarios de la economía de mercado, pero no solo, sino de que esta se superpusiese al control de los estados y sus gobiernos.

Tras la gran crisis de 1929 y luego la segunda guerra mundial Europa se encaminó, mayoritariamente, por la senda de una economía donde el Estado tenía mucho que decir: fijaba precios y salarios, nacionalizaba las empresas más importantes de cada país, establecía las líneas maestras de la política económica y la libertad de mercado se encontraba supeditada a las decisiones gubernamentales, expresión en la mayoría de los casos de la voluntad popular. Se trataba de las teorías keynesianas.

Durante todo el siglo XX ha existido el debate de si quien debe mandar en la economia son los gobiernos o los mercados. Los cambios técnicos (tecnológicos dicen algunos) que se han producido en los dos últimos siglos han condicionado no poco el desarrollo económico y si bien es cierto que una economía muy intervenida puede ser perniciosa si están situados en ella funcionarios curruptos e ineficaces, también es cierto que las empresas en manos privadas pueden estar dirigidas por malos gestores, en ocasiones, y siempre egoístas. Keynes fue quizá el economista que primero formuló la idea de que la economía es un todo, es decir, fue el fundador de la macroeconomía, no hay manera de solucionar un problema sin estropear otro y en la búsqueda del equilibrio está la labor de un buen economista para él.

El Presidente Roosevelt, a partir de 1932 en Estados Unidos, creó una Comisión Interestatal para el Comercio que condicionó mucho el desarrollo económico, desde el Estado, de la economía estadounidense. La lección del libre mercado desbocado durante los años veinte se había aprendido y se sabía ya que no era posible ni un crecimiento indefinido ni la aceptación de "burbujas" que podrían estallar en cualquier momento. Roosevelt dirigió su New Deal a la inversión de dinero público en la creación de empleo, de forma que cuando llegara la época de bonanza económica se pudiese presionar fiscalmente al contribuyente y así resarcir al Estado del esfuerzo hecho.

John Kenneth Galbraith fue un economista keynesiano que colaboró con Roosevelt en el control de precios durante la segunda guerra mundial. No era admisible que mientras el país estaba haciendo un gran esfuerzo de guerra, los más favorecidos especulasen con los precios, máxime teniendo en cuenta que Estados Unidos financió la guera con dinero privado, es decir, presionando fiscalmente a los ciudadanos y poniendo a la venta deuda pública. Cuando todavía no había finalizado la segunda guerra mundial (1944), en el extremo nordeste de Estados Unidos, se tomaron en Bretton Woods una serie de acuerdos que, en síntesis, crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, organismos que tenían que prevenir ante la evolución de la economía mundial.

No habían transcurrido tres años cuando Hayek convocó a sus colaboradores en las faldas del monte Peregrino justo para lo contrario: para combatir la economía planificada (que en Gran Bretaña había dirigido con éxito el socialista Clement Atlee), preconizar la economía de mercado y luchar contra el intervencionismo estatal. Los argumentos, muy en síntesis, consistieron en decir que la intervención estatal en la economía la "enfriaba", es decir, no dejaba que se "recalentase", que es lo mismo que una "burbuja"; también que poner límites al libre mercado propicia el mercado negro, lo que la experiencia demuestra que es verdad.

En Alemania occidental, desde 1949, el ministro de Economía alemán, Ludwig Erhard, aplicó sin miramientos las recetas discutidas en la falda del monte Peregrino: liberalizó los precios en un momento en que todavía Alemania estaba ocupada por las potencias vencedoras en la guerra. Las autoridades económicas estadounidenses, que se habían puesto de acuerdo con las británicas y francesas para que la economía estuviese razonablemente intervenida, se alarmaron, pero lo cierto es que a Erhard le sirvió de contrapeso el canciller Adanauer, partidario de una visión socialcristiana de la política y de la economía. De esta forma Alemania del oeste creció por encima de Gran Bretaña y la aventajó como potencia continental, pero no se puede decir que el liberalismo clásico y antikeynesiano querido por Mises y Hayek hubiesen triunfado.

Otros aspectos como el flujo de inmigrantes en Alemania y la creación de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (1951) y del Mercado Común Europeo (1957) explican el éxito económico en la mayor parte de Europa occidental que, sin embargo, no evitó desigualdades que se hicieron compatibles con lo que se ha llamado "estado del bienestar".

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