sábado, 15 de septiembre de 2012

Las tenerías de Mantes


En 1873, encontrándose Francia en uno de esos períodos de inestabilidad que viven los estados en los cambios de régimen, pintó Corot su obra "Las tenerías de Mantes", habiéndose fijado en la vida de los obreros parisinos que vivían en los suburbios de la gran ciudad. París había crecido de forma brillante durante el siglo XIX, sobre todo durante el segundo imperio, pero la burguesía gobernante no había prestado mayor atención a los barrios periféricos, a las clases marginales, a Mantes y otros distritos de las afueras. Estos barrios seguían manteniendo el aspecto ruinoso y pobre de siglos atrás, con el agravante de que la vida urbana hacía padecer a sus habitantes la parte mala pero no les dejaba disfrutar de la buena.

El romanticismo, que sobrevoló durante todo el siglo en el campo de arte, se debilitaba no obstante. Aparecían otras sensibilidades tanto en los temas como en las técnicas. Los impresionistas empezaban con sus provocaciones, con sus innovaciones revolucionarias. Los realistas habían dejado muestras de una gran admiración y aprecio por las clases humildes, por los campesinos y los obreros, por los habitantes de los suburbios y las familias pobres. Ejemplos de ello son, en Francia, Courbet, Millet, Daumier, por citar a los más conocidos. Unos habían elegido las luces crepusculares, otros las caricaturas de las personas -anónimas- representadas, otros las escenas más populares y humildes. Corot, que pintó paisajes impregnados de la luz de Barbizon, que empleó colores pastel para sus puentes y edificios, también pintó escenas realistas, algunas que incluso se pueden considerar manifiestos de las clases sociales que hicieron a Francia rica: los trabajadores. 

En la calleja de Mantes, con casas medio destartaladas, apenas la luz del fondo, no hay lirismo, no hay brillo ni concesión alguna al optimismo. Hay tonos ocres y oscuros, personajes concebidos casi como sombras, impersonales, quizá silenciosos, dedicados a sus sencillos quehaceres. Antes de que lleguen los impresionistas con sus aguas chispeantes, sus luces y la algarabía de sus personajes en fiestas y calles, Corot se acercó a la pintura realista, a esa escena de un barrio apartado de la gran ciudad bien construída, en ese Mantes a quien dedicó varios de sus cuadros, con el río y su puente, sus casas en el paisaje rural, representados con la pincelada suelta que tanto porvenir tendría.

El segundo imperio había caído, Napoleón III había sido preso en Sedán, luego se refugiaría en Inglaterra hasta su próxima muerte, en el mismo año que Corot pintó las tenerías. Antes había conspirado, ambicionado, presidido la segunda república francesa, violado la ley dando un golpe de estado, se había coronado emperador y había practicado el imperialismo, en México particularmente, intervino en Italia y favoreció los intereses de la gran burguesía francesa. La tercera república todavía no se había configurado legalmente, la comuna parisina había caído en medio de la violencia: en ese contexto Corot, una vez más, va a Mantes, observa a sus gentes ajenas a la gran política y elige un rincón, una calleja para dejarnos el testimonio de una pequeña parte de la historia de Francia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario