domingo, 9 de diciembre de 2012

El ciudadano Braschi y la Revolución

El parque Jouvet en Valence-sur-Rhône
A finales de agosto de 1799 moría en la ciudad francesa de Velence-sur-Rhône un ciudadano italiano de apellido Branschi. Al año siguiente Napoleón Bonaparte dio autorización para que su cadáver se trasladase a Roma.

El ciudadano Braschi había nacido en Cesena, pequeña ciudad del nordeste de Italia que había sido recuperada por el papa en la segunda mitad del siglo XIV tras el gobierno del condotiero Ordelaffi y más tarde estuvo bajo el gobierno de Malatesta, uno de los mecenas con los que ha contado Italia en la baja Edad Media. 

Braschi era un noble que, eligiendo la carrera eclesiástica, estudio con los jesuítas y luego en la Universidad de Ferrara. Debido a su origen familiar y a estar emparentado con jerarquías eclesiásticas, llegó a ser secretario del papa Benedicto XIV. Luego alcanzó nuevos oficios, siempre en la burocracia papal. Llegó antes a ser cardenal que obispo (1773 y 1774 respectivamente), poco antes de que fuese elegido papa y adoptase el nombre de Pío VI.

Los años de su pontificado le obligaron a lidiar con las grandes transformaciones que se produjeron en Europa, aún antes del estallido de la Revolución Francesa. Él mismo estuvo influido por algunas ideas ilustradas, como favorecer a la agricultura, realizar obras públicas,incentivar el arte y la cultura. Pero en lo que un clérigo romano no podía estar de acuerdo es en la supresión de la compañía de Jesús, que decretó su antecesor Clemente XIV, con el cierre de cientos de monasterios en países católicos como Austria, Toscana, Nápoles y no católicos como Suecia. También los ilustrados españoles veían con malos ojos la ociosidad del clero regular, mientras que sí consideraban útil al clero secular. 

Y en estas se encontraba Europa cuando el ciudadano Braschi fue elegido papa. Empezó entondes una activa labor diplomática para frenar tanto la secularización de muchas propiedades esclesiásticas como las ideas revolucionarias provenientes de Francia. Napoleón Bonaparte fue verdaderamente su enemingo, aún antes de proclamarse emperador, pero ya antes vio como parte del clero francés, galicano y deseoso de acomodarse al nuevo régimen, hacía caso omiso a las orientaciones del papa. 

Algunos territorios franceses sobre los que tenía jurisdicción el papa (Aviñón y Venaissin, en la Occitania) fueron ocupados por las autoridades revolucionarias. En 1796 Napoleón ocupó Rávena y Bolonia, amenazando los territorios papales en el centro de Italia. Al año siguiente el militar corso ocupó las ciudades de Faenza, Ímola y Forlí, en el nordeste de Italia y luego Ancona, en la costa adriática, un poco más al sur. También fue forzada a rendirse la ciudad de Lugo, en la región de Emilia-Romaña. 

Bonaparte no paró hasta que declaró la República Romana (adiós a la monarquía pontificia) estableciendo un régimen liberal que en nada coincidía con el tradicionalismo papal. Las tropas francesas entraron en Roma a mediados de febrero de 1799, siendo apresado el papa Pío VI. Fue llevado a Florencia y a Siena, luego a Francia hasta Valence-sur-Rhône, donde vivió como prisionero. Allí moriría el ciudadano Braschi y, al parecer, así se hizo constar por parte del funcionario que acreditó su muerte, sin alusión alguna a su condición de papa.

Estos episodios no tendrían mayor importancia histórica si no fuera porque revelan hasta que punto la revolución chocó fuertemente con poderes que se consideraban universales. El despotismo napoleónico venció a otro despotismo, como más tarde sería vencido aquel.     

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