domingo, 27 de octubre de 2013

Un fascista español

José Pemartín Sanjuán
Los ideólogos del fascismo español no han llegado nunca a la categoría intelectual, por ejemplo, de la "Acción Francesa", pero han aportado una serie de ideas que permiten valorar la falta de racionalidad imperante en las mismas. Ante todo, como no podría ser menos, el liberalismo es malo para la sociedad y para la prosperidad de los pueblos: ¿que es eso de la libertad individual? Lo lógico es que esa libertad esté supeditada al interés del Estado; lo que pasa es que para los fascistas españoles -como para otros- ese Estado ha de estar dirigido por unas elites que nadie ha elegido, se han impuesto de forma natural o por la fuerza. 

Hay una característica del fascismo español que le diferencia de otros: su marcado catolicismo, entendido este en su sentido más conservador e incluso reaccionario. José Pemartín y José María Pemán contribuyeron a la fundación de la Unión Monárquica Española y luego colaboraron en la revista Acción Española durante la II República. Quiroga Fernández de Soto ha escrito que el fascismo de Pemartín es "dinámico", poniendo las bases a finales de los años veinte del pasado siglo para una fusión entre el tradicionalismo y el fascismo. Debieron de tomar buena nota los mentores del general Franco durante la guerra civil de 1936, pues un año después el dictador estableció mediante decreto la unificación del carlismo tradicionalista y el fascismo de Falange. 

Es sabido que esta decisión burocrática nunca cuajó entre los pocos seguidores de verdad del fascismo y del carlismo, pues se repelieron mutuamente: los primeros eran en un principio revolucionarios -al menos en la versión joseantoniana y hedillista- mientras que los segundos eran partidarios de los fueros vascos, Dios y un rey. Pemartín, sin embargo, no era un patán: estudió en Inglaterra y Francia, aunque las formulaciones que hace para el fascismo español son simples desde cualquier punto de vista. El hecho de que Pemartín no aceptase discusión sobre ciertas "verdades" le hace irracional, máxime cuando tanto en la vida personal como en la política cree en una intervención de la Providencia en su sentido más religioso. 

Ya Vázquez de Mella -y Pemartín le sigue- había señalado que la nación es una creación del cristianismo y España lo era en la medida en que era católica. Citando a Ganivet "España se halla fundida con su ideal religioso, y por muchos que fueran los sectarios que se empeñasen en descatolizarla, no conseguirían más que arañar un poco la corteza de la nación". Hoy sabemos que España está bastante descatolizada e incluso descristianizada (desde mi punto de vista esto último es muy negativo) y no porque nadie se haya empeñado en hacerlo, sino porque las condiciones materiales de los españoles les han hecho escépticos, sin perjuicio de aquella religiosidad externa y formalista que tanto gustó de cultivar la Iglesia, sobre todo a partir del siglo XVI. 

Otra de las particularidades del fascismo de Pemartín es el papel de la monarquía (Mussolini tuvo en muy poca estima al rey Víctor Manuel y a la institución que encarnaba) y no digamos Hitler, Codreanu, Quisling, Metaxas, Pétain, el Frente Patriótico austríaco, la Ustase croata y así podríamos seguir. Quiroga Fernández de Soto señala que para Pemartín "la monarquía hispana había sabido continuar en el siglo XX, en contraste con el derrumbe de tantas coronas tras la I Guerra Mundial, al dar 'sanción legal' y otorgar una 'continuada confianza' a la Dictadura de Primo, cuando la nación se encontraba de nuevo al borde del abismo". Hoy sabemos que la dictadura primorriverista no arregló ni un solo problema histórico, transfiriéndolos todos a la II República.

Una característica del fascismo de Pemartín, pero no solo de él, es la retórica huera: "En el comienzo de la formación del Estado hispánico, al expirar la época de los feudalismos, en la expansión y fundación del gran imperio de ultramar, los dos grandes momentos en que germina unificado el concepto de patria como nación, era [la religión] esa gran fuerza espiritual exponente amplificador de grandezas y glorias elevador místico de la energía psicológica española". La España de los escépticos en materia religiosa, de los anticlericales, de los racionalistas, de los católicos críticos con la Iglesia, de los incrédulos, de los heterodoxos, no existe para Pemartín. Incluso cuando más tarde aborde el tema del "catolicismo nacional" no parece caer en la cuenta de que son términos contradictorios: el catolicismo es, por definición, universal. Querer acomodar no la religión en abstracto, sino el catolicismo hispano a las necesidades de su discurso, le hace incurrir en postulados absurdos, irracionales. 

Otras características ya son comunes a otros fascismos: la voluntad popular no tiene valor; la nación está por encima de aquella voluntad. Pero el concepto nación es abstracto, no está formado por las voluntades plurales de los españoles, sino que es considerada como un cuerpo en el que todos los miembros están llamados -lo quieran o no- a un objetivo común. Negar la lucha de clases, abogar por el corporativismo social, negar el sufragio, legitimar la violencia institucionalizada, negar toda posiblidad de reconocimiento de otras naciones dentro de España, ya son características comunes a otros fascismos. Más absurdo aún es considerar a la nación española -territorialmente hablando- como algo natural por la geografía: Portugal, Andorra, Gibraltar, Baleares, Canarias, Ceuta, Melilla están para desmentir esa "unidad geográfica como pocas naciones del mundo, unidad étnica indiscutible", como si la población española no fuese el resultado de un mestizaje de germanos, hispanorromanos, bereberes, judíos, árabes... cuajado a lo largo de los siglos.

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