jueves, 1 de mayo de 2014

El joven Doménikos



Candía se encuentra en la costa norte de Creta, en el centro, mirando hacia el Egeo. Al sur de la ciudad están las ruinas del palacio de Cnosos, que hoy se conservan muy bien. Los venecianos comerciaban con esta posesión suya, que pasó luego a poder del imperio otomano y allí nació El Greco, de cuya muerte se cumplen ahora cuatrocientos años (1614).

El Greco no se hizo a sí mismo, aunque pronto daría comienzo a un estilo particularísimo, como no vemos en ningún otro pintor de todos los tiempos. Pintó iconos mientras aprendía, algo muy común en una isla de cultura bizantina (griega). A esta etapa corresponde la pintura de arriba, deteriorada, donde el autor representa al evangelista Lucas pintando a la virgen y al niño. Se trata de una obra el temple sobre tabla.

El gusto por los colores dorados se prolongó durante muchos siglos en la pintura bizantina, hasta el punto de que los pintores italianos del primer renacimiento siguen usándolos en los siglos XIII y XIV. Las vírgenes siempre obedecen al mismo patrón, con sus velos sobre la cabeza y el niño aparentando más edad que la que se le supone. La perspectiva está ausente, dando lugar a forzados ángulos (aquí en el caso de Lucas) que recuerda en los pliegues del ropaje al ya lejano románico. 

En Candía vivió El Greco los primeros ventiseis años de su vida, y algo posteriores son dos pinturas en las que representa el mismo tema: el monte Sinaí. Una vez en Venecia primero y en Roma después, ya se dio El Greco a las visiones fantásticas, sin tener que llegar al final de su vida, cuando representó varios paisajes de Toledo. Me refiero a sus dos obras de título "El monte Sinaí", una de 1568 y otra de 1570-72. La primera al temple (37 por 24 cm., que se encuentra en la Gallería Estense de Módena) y la segunda al óleo y temple (41 por 47 cm. que se encuentra en el Museo de la Historia de Creta, Iraklion, que es el otro nombre de Candía).

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