lunes, 10 de octubre de 2016

Auregenses, aunonenses y suevos

Castro de las Merchanas, Lumbrales, Salamanca


Parece que los especialistas están de acuerdo en considerar que la conquista romana de Gallaecia estuvo motivada por la explotación minera. Una vez que Roma pierde el control sobre el noroeste peninsular, los diversos grupos sociales existentes en el siglo V de nuestra era (hispano-romanos, indígenas, plebe rural, campesinos, etc.) adoptan distintas actitudes ante la invasión sueva. La fuente principal pero no la única es Hidacio, coetáneo de los hechos, obispo y autor de una crónica.

Según Pablo de la Cruz Díaz Martínez[1] durante el Bajo Imperio el campo desempeñó el papel determinante, mientras que la contradicción fundamental se dio entre la aristocracia terrateniente y el campesinado dependiente jurídicamente. Estos campesinos sufrieron la explotación señorial y se vieron abrumados por impuestos que fueron creciendo en momentos de dificultad, lo que provocó tensiones y descontentos. Salviano, otra fuente del siglo V, habla de cómo la gente huía hacia los bárbaros (los suevos, que serían considerados salvadores) o se integraba en las revueltas bagaudas, aunque dicho autor debe de hablar más bien de otras áreas geográficas.

Por su parte Orosio, que estuvo en Gallaecia en los primeros años de la invasión sueva, dice que los campesinos preferían llevar una vida sometida a a los suevos que seguir pagando los abusivos impuestos romanos. Es probable que fuese la misma debilidad del resino suevo –dice el autor al que sigo- la que le forzase a realizar continuas campañas de saqueo en interior de Gallaecia. A partir de 430 y hasta 469 dichos saqueos, enfrentamientos y acuerdos de paz son constantes. En el primer año citado los suevos sufrieron no pocas muertes y prisioneros por la plebe, lo que les obligó al primer acuerdo de paz. Lo que parece claro es que en las décadas centrales del siglo V no se dio ningún acercamiento entre campesinado y aristocracia hispano-romana para combatir a los suevos. A veces eran los obispos los que propiciaban la paz.

Mientras que Casimiro Torres dice que los castros se abandonaron en tiempos de los suevos, la arqueología, posteriormente, ha venido a decir lo contrario: los castros siguieron ocupados y en ellos se renovó la actividad. Este sería el caso de Fiâes[2], Sanfins[3] y Lanhoso[4]; el primero fortificado que estuvo ocupado desde la protohistoria y continuó hasta el siglo V. Otros castros pueden haber sido construidos en esta época, como el de Crestunha (Gaia, frente a Porto), Eja (Peñafiel) y Alto de Maia. Ferreira de Almedia, a quien cita Díaz Martínez, dice que el castro de Crestunha poco o nada tiene que que ver con las fórmulas castreñas, y Rodríguez Colmenero ha estudiado las nuevas formas de defensa que se pusieron en práctica en los castros a partir de los siglos III y IV. Los castros parece que no se abandonaron en ningún momento, a no ser que fueran temporales, y desempeñaron un papel importante en la oposición a la dominación sueva: un incendio datado en el siglo V en Fiâes puede estar en relación con esto.

Lo mismo podría decirse de la destrucción de algunos castros indígenas poco romanizados en la provincia de Salamanca, florecientes en el siglo V, como el de las Merchanas de Lumbrales y el de Yecla de Yeltes, muy cerca de la actual frontera portuguesa, destuidos en la segunda mitad del siglo en medio de las luchas entre suevos y godos.

Los poderosos, contrariamente a lo ocurrido entre el campesinado, estaban cohesionados, pero debieron de verse más afectados por la ocupación sueva, no obstante haber subsistido la gran propiedad, no obstante Sidonio Apolinar[5] dice que la aristocracia sufrió poco y que sus distritos quedaron intactos. Cuando el autor al que sigo habla de aristocracia terrateniente incluye a la jerarquía eclesiástica, mientras que en los días que siguieron a la invasión las referencias de oposición entre suevos y aristócratas autóctonos son escasas. En 459 algunos nobles fueron masacrados y en 465 los suevos entraron en Cantabria y se apoderaron de los bienes de un noble llamado Cántabro. En otras ocasiones aparecen colaboraciones entre nobles y suevos, como es el caso de un tal Lusidio, que ayudó a que aquellos entrasen en Lisboa.

Los nobles, según el segundo concilio de Braga (572) construyeron iglesias en sus propiedades para aprovecharse de sus rentas, son las llamadas iglesias propias, que estaban fuera de la administración episcopal. El texto Biclarense[6] nos habla de la invasión del rey godo Leovigildo de los montes Aregenses y el apresamiento de Aspidius, el noble del lugar, pero no sabemos la localización de dichos montes, quizá en la región León-Ourense. Los nobles tendrían ejércitos privados y ello les permitió mantener la herencia institucional romana.

Las ciudades en Gallaecia no fueron más que núcleos urbanizados pero donde las actividades agropecuarias fueron dominantes gracias al trabajo agrícola en su entorno. Los suevos no conocían la vida urbana antes de entrar en contacto con Roma, según Ammniano Marcelino[7] y esto mismo dice Orosio, pero eligieron Braga como capital, pues era una importante ciudad romana, pero la etapa de mayor debilidad del reino suevo permitió a los godos saquear algunas de sus ciudades: Braga en 455, Astorga y Palencia en 456, Lugo en 460, Coimbra en 465 y 468 y Lisboa en 469, pero no era la primera vez. Chaves también fue destruida en 460: es la etapa de mayor concentración de saqueos, lo que para algunos autores constituye la explicación de la actitud antibárbara de las ciudades.

Hidacio, para referirse a los indígenas de Gallaecia, utiliza en término “gallegos” en lugar de romanos, quizá porque la mayoría de la población era indígena. Como ya se ha dicho, la arqueología ha demostrado la perdurabilidad del hábitat prerromano, y lo mismo podemos decir de las prácticas religiosas precristianas, pues el clero rural, según Valerio del Bierzo, en el siglo VII, dice que el clero rural seguía consultando a astrólogos y adivinos. Hidacio nos habla de dos pueblos, los auregenses y los aunonenses, pero no podemos asegurar los lugares de sus asentamientos. Quizá en la zona de Ourense los dos, y quizá contribuyesen a que en algún momento los suevos se tuviesen que replegar a las montañas de Galicia. Estos dos pueblos fueron independientes del reino suevo y a finales del siglo VI vuelven a dar muestras de vitalidad: los suevos se enfrentaron en 572 a los runcones, quizá en la cornisa cantábrica y próximos a los ástures. Los sappos, sometidos por Leovigildo, quizá vivieron en la zona de Sanabria, o quizá en torno al río Sabor, afluente del Duero.





[1] “Los distintos ‘grupos sociales’ del noroeste hispano y la invasión de los suevos”.
[2] En Melgaço, en el extremo norte de Portugal.
[3] En Cabana de Bergantiños, noroeste de la provincia de A Coruña.
[4] Al nordeste de Braga.
[5] Siglo V.
[6] Juan de Bíclaro fue un clérigo católico del siglo VI.
[7] Siglo IV.

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