lunes, 17 de julio de 2017

Los orígenes del Islam


El Islam, como cabe suponer, no fue una ruptura radical con respecto a la cultura de las tribus de Arabia, pese a lo cual se produjeron incontables guerras entre los partidarios y los enemigos del profeta. La lengua árabe utiliza frecuentemente el dual en gramática para asociar nombres de la misma naturaleza[1]: al-Furatani (los dos Éufrates) se refiere a los ríos Tigris y Éufrates; al-Qamarani (las dos lunas) se refiere a la luna y al sol; los Umarani se refiere a los dos primeros califas, Abu Bakr y Umar b. Jattab, al que algunos atribuyen estar presente en la revelación divina, pues intuyó algunos artículos que luego contendría el Corán: la obligación del velo y la amenaza de repudio, en ambos casos para las mujeres.
                             
Sin embargo no cabe duda de que se debe a Umar b. al-Jattab la implantación de la era de la hégira en una fecha cercana al año 637. De todas formas hubo unos años de confusión a la hora de fechar los acontecimientos pues los compañeros del profeta, si recordaban las fechas de los primeros hechos de su vida y de la de aquel, las conservarían de acuerdo con el calendario preislámico, luego “derogado por Dios”. A los dos primeros califas se debe la reglamentación de algunas ceremonias religiosas, la costumbre de hacer ofrendas a la Kaaba, el envío de dos medias lunas de oro conseguidas con el botín de al-Madain[2] (637), la delegación de los poderes judiciales en los cadíes y, quizá, la relegación de las mujeres a un segundo plano de la vida política, no obstante se sepa la actividad de Aísa contra Alí b. Tálib[3] que culminó en la batalla del Camello (656), al sureste del actual Irak, y la que en el siglo XIII llevó a cabo la reina de Egipto, Sachar al-Durr (solo dos mujeres musulmanas fueron reinas).

Una tradición asegura que el profeta prometió a diez de sus compañeros el Paraíso, “los albriciados”, uno de los cuales fue Alí, el cual ejecutaría a dos de aquellos después de la batalla del Camello. Otro fue Abd al-Rahman b. Awi, que al ver la dureza de la persecución coraixí (la tribu gobernante) contra los primeros musulmanes, emigró a Abisinia y regresó al lado de sus correligionarios, luchó en Badr (624, oeste de Arabia) y amasó una gran fortuna como comerciante. Otro fue Utmán, que al llegar al poder se lo entregó a los Omeya. Abu Kakr se inclinó por utilizar a los coraixíes neoconversos (al-Walid le dio el apoyo del clan majzumí).

Por su parte Abu Sufyán b. Harb fue el máximo enemigo del profeta, aunque más tarde abrazó el Islam, y así los Omeya empezaron a recuperar el poder perdido al tomar el profeta La Meca. Umar, dispuesto a conservar la independencia, apoyó la tradicional emigración de los yemeníes hacia Siria. Esta conducta se basaba en las enseñanzas del profeta: Umar mandó a este grupo a ocupar al-Sawad (sur de Irak), ofreciéndole la cuarta parte de las tierras que conquistaran, lo que era un uso preislámico. El Corán, sin embargo, establecía que el pago debía consistir en el quinto. En todo caso Umar recuperó estas tierras posteriormente.

Siria tenía en la época una buena estructura viaria de época bizantina y la capital administrativa era Damasco, un feudo omeya. Se fue formando así una estructura de provincias militarizadas que un siglo después sería implantada en España. En África, las fuerzas principales se establecieron en Fustat (hoy una parte de El Cairo) y en 654 se fundó Qayrawán, en la costa norte del actual Túnez. Antes, Umar había establecido dos ciudades frente a Persia: Basora y Kufa (esta, cerca del Èufrates, en el actual Irak). Se estaba formando así una estructura que era difícil de controlar centralizadamente desde Arabia, por lo que Umar se empleó en hacer más transitables los caminos que unían Medina con el resto del imperio en ciernes, en especial una carretera real que comunicaba Kufa y Basora con La Meca y Medina.

La conquista de Egipto no fue decisión del poder central, sino de la iniciativa privada de Amr b. al-As, lo que el califa no tuvo más remedio que reconocer. Los ejércitos conquistadores no tenían capacidad suficiente para incautarse de los bienes de los vencidos y Umar lo sabía, por tanto mantuvo en sus puestos a funcionarios bizantinos y sasánidas que siguieron llevando sus cuentas en griego y arameo. Umar decidía quien debía ser el obispo o dahaqin haciéndoles responsables ante el poder central árabe. A veces puso a su lado a interventores árabes, pero la moneda seguía siendo acuñada con los troqueles de los vencidos en los que figuraba la imagen del emperador o la cruz. Ni una ni otra cosa estaban prohibidas por el Corán y, poco a poco, esos interventores aprendieron cómo funcionaba un imperio.

Un punto discutido de la política de Umar es el conjunto de decisiones que tomó respecto de los dimmíes, cristianos, judios y sabeos (¿mazdeos?). En realidad Umar se basó en un hadiz que pone en boca del profeta, moribundo, estas palabras: Dos religiones no pueden convivir en Arabia. En consecuencia ordenó a los cristianos que vivían en Nachrán (sur de Arabia) que emigraran a Irak o Siria, y es curioso que la acusación –según ciertas tradiciones- contra los cristianos es que eran prestamistas y cobraban crecidos intereses por los capitales que dejaban (la usura estaba prohibida en el Corán). Lo cierto es que la marcha de los cristianos permitió a los endeudados no pagar los capitales que habían recibido, por lo que una vez más razones materiales se imponen a otro tipo de consideraciones.

A los judíos de Jaybar, que cultivaban la tierra en virtud de un acuerdo con el profeta, se les obligó a marchar hacia Transjordania. Esto no quiere decir que todos los cristianos y todos los judíos abandonasen Arabia; estas medidas solo se llevaron a cabo en el siglo VIII, y además existían tribus árabes cristianas como los bahra, los tanuj y los taglib, lo que contradice la posición de los exegetas posteriores, según los cuales árabe equivalía a ser musulmán. Como a los no musulmanes se les obligó a pagar un impuesto por no serlo, muchos optaron por emigrar, pero otros prefirieron quedarse.

En Persia, los residentes que tenían una religión distinta a la oficial, el mazdeísmo, pagaban un impuesto por cabeza (en arameo jaraba), pero cuando se produjo el asesinato de Umar[4] esto no estaba claramente definido.


[1] Por haber perdido la primera hoja no estoy en condiciones de señalar la obra en la que se basa este artículo.
[2] En el centro del actual Irak.
[3] Alí era en ese momento califa y Aísa viuda del profeta.
[4] Por un esclavo en la mezquita de Medina, 644.

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