martes, 12 de septiembre de 2017

El ejército español en 1808



Paisaje de Arroyomolinos (Cáceres)

Leopoldo Stampa[1] ha descrito con mucho detalle la situación del ejército español en 1808, intentando deshacer una serie de tópicos sobre la guerra que empezó en dicho año y sobre la guerrilla y el ejército, contribuyendo con ello a un mejor conocimiento de la historia de España.

El autor señala que el ejército regular español, en 1808, estaba en una situación de debilidad y de fractura, pues se encontraba disperso desde 1807 en varios puntos de Europa. España había contraído compromisos internacionales por medio del Tratado de Fontainebleau, por el que un sólido contingente español estaba en las ciudades hanseáticas, particularmente en Hannover y luego en Dinamarca. También tuvo que desplazarse a Portugal una parte del ejército por el compromiso de Godoy a ocupar el norte y el sur del país: el general Taranco se adueñaría de la zona entre el Miño y el Duero, y el general Solano del Alemtejo y los Algarbes: total, unos 16.000 hombres.

Al norte de Europa (Dinamarca) se enviaron 6.000 soldados españoles que se encontraban en Etruria, pero Godoy (siguiendo exigencias de Napoleón) reunió en España otros 5.500 hombres. De este modo la División del Norte congregó a unos 11.500 efectivos a las órdenes del marqués de la Romana[2]. En otoño de 1807 unos 32.000 soldados españoles se encontraban, pues, fuera del territorio nacional. En España quedaban, en mayo de 1808, según el ministro de la Guerra, O’Farrill, algo menos de 100.000 hombres (infantería y caballería). De entre estos un buen número corresponde a tropas de milicias (30.500) y soldados regulares (68.500). En España había también algunos regimientos extranjeros y las milicias no llevaban ni caballería ni artillería.

En la época –dice el autor- las formaciones masivas de infantería y caballería lo eran todo, y la masa artillera era a menudo resolutiva. Hubo una fiebre creadora de unidades, batallones patrióticos y escuadrones de monjes y labradores, pero un soldado no se improvisa. La medida de incorporar al ejército una recluta formada por jóvenes sin instrucción tuvo las peores consecuencias. Los caballos, en manos de estos jóvenes, no habían sido domados para estar acostumbrados al estruendo de la artillería, muchos de los cuales eran resultado de requisas. Por otra parte en los regimientos de caballería españoles no se enseñaba la esgrima al jinete, lo que llevó a muchas acciones fallidas. El regimiento de los Cazadores Imperiales del Sagrario de Toledo (“mucho nombre para tan poco arrojo”, dice Stampa) fracasó en la batalla de Medellín de forma deshonrosa, según el general Cuesta. Más dramática fue la fuga de la caballería bisoña en la batalla de Alba de Tormes. El príncipe de Anglona dijo: “la caballería de mi mando huyó vergonzosamente”, y el marqués de la Romana calificó la acción de “infamia”.

Los oficiales no eran malos pero sí escasos, según Londonderry, uno de los ayudantes de Wellington. De García de la Cuesta, al que vio en Casas del Puerto de Miravete (Cáceres), dice que cuidaba la disciplina, pero no tiene la misma opinión de los generales, a los que veía viejos y no aptos para soportar batallas. Un ejemplo de la escasez de oficiales era el ejército del centro; tras la retirada de Tudela y antes de la batalla de Uclés, había batallones que tenían 12 oficiales para 519 hombres de tropa.

Sobre la participación del pueblo en la guerra, dice el general Girón antes de la acción de Alcolea (1808): “los más en caballos, otros en mulos; monturas de todo género o sin ella algunos, armas de varios siglos desde la daga al espadín; tal era la confusa organización de aquella gente”. En Villa del Rey (Badajoz), el 1 de mayo de 1808 tuvo lugar una acción: “nuestra caballería, dice el parte, compuesta por unos cincuenta caballos, la mayor parte yeguas, montadas por muchos Clérigos, Frailes y Paisanos… se sostuvo en el punto del camino de Montijo”, pero terminaría retirándose.

Derrotado la mayoría de las veces, victorioso algunas, el ejército regular español acabó rompiendo el esquema estratégico de la “Grande Armée”, acostumbrada a campañas relámpago, por lo que la resistencia fue la base del éxito, así que que no es cierto que a partir de la batalla de Ocaña (1809) el ejército regular fue derrotado y fuera sustituido por la guerrilla. Así lo demostraron el marqués de Campoverde en Mollet[3] (1810), O’Donnell en Margalef[4] (mismo año), en Valls[5], Campoverde derrotando a Palombini (1811), el general La Peña en Chiclana[6] (mismo año), Zayas en La Albuera[7] y Ballesteros en 1811, Blake en Sagunto (mismo año), Copons en Tarifa (1811), en Arapiles (1812), en Vitoria y San Marcial[8] (1813), en Orthez[9] y en Toulouse en 1814.

La deserción fue un fenómeno generalizado ya en el año 1808 (pasándose a Francia y conducidos al Périgueux). En 1811 la deserción seguía siendo un problema crónico, como se demuestra por el bando del brigadier Carlos de España, ordenando que todos los vecinos se armasen para capturar ladrones por los montes y caminos, y “localizar a desertores”. Aunque en menor número los oficiales también desertaron, lo que llevó a la Junta Suprema a ordenar la ejecución de los que se capturasen.

El general Lacy, en 1811, quiso organizar las guerrillas, siendo uno de sus objetivos “la persecución y captura de desertores”, ingenua disposición –dice Stampa- porque una buena parte de las partidas se componían de desertores, que preferían hacer la guerra por su cuenta y evitar así la disciplina militar. Después de la victoria de Arroyomolinos[10] la Regencia decidió indultar a los desertores, con lo que se consiguió que algunos volvieran, pero otros fueron recibidos a pedradas en los pueblos, como sucedió en Almendral (Badajoz). También existió una “deserción de guante blanco” practicada por los que tenían la posibilidad de trasladarse de un lugar a otro; muchas personalidades se corrompieron con el reclutamiento; muchos informes hablan de la protección prestada a los pudientes, familiares y amigos, en ocasiones mediante sobornos.

Fueron muchas las localidades costeras donde los habitantes intentaron librarse de los reclutamientos aduciendo que estaban inscritos al servicio de la armada, y por tanto exentos del servicio militar en tierra. En Andalucía fueron víctimas los trabajadores gallegos emigrantes, que podían ser enrolados como vagabundos. León y las dos Castillas no reclutaron más que algunos miles de hombres, mientras que la Junta de Sevilla se vio obligada a indultar a bandidos para alistarlos.

En la guerrilla encontramos aventureros, oportunistas asesinos y bandoleros, aunque también partidarios de la disciplina militar. Hubo patriotismo o reacción nacionalista, en lo que caben los motivos personales y ambientales según las regiones. En algunas ocasiones el impulso a echarse al monte estuvo mezclado con la venganza; otros por huir de la disciplina militar. Cuando el capitán general Luis Lacy ordenó la incorporación de todos los hombres pertenecientes a los cuerpos francos al ejército de línea[11] hubo tal desbandada que el general se vio obligado a rectificar.

También hubo desertores alemanes, polacos, italianos y franceses que estuvieron al servicio del ejército napoleónico. Entre los jefes guerrilleros se encontraron también desertores franceses, conocidos con el nombre de “barateros”. La avaricia de los “Húsares francos de Camuñas” hizo que se ganasen el odio de franceses y españoles. Jaime Alonso, “El Barbudo”, era un bandolero que lideró una partida de Muxicas en Valencia; “Boquica” en Cataluña fue un depredador. En 1810 surgió en Extremadura la partida de “Los leones irritados” que duró dos meses… En La Mancha se levantó la partida de los “Leones Manchegos” (unos 75) desapareciendo pocos meses después.

Lo dicho no es todo sobre los luchadores contra el francés entre 1808 y 1814, pero aporta aspectos que contribuyen a desmitificar ciertos lugares comunes que no resisten la consulta a la documentación.



[1] “Los tópicos en la historiografía sobre la Guerra de la Independencia”.
[2] Nacido en Palma de Mallorca (1761), murió en Cartaxo (al norte de Lisboa) en 1811.
[3] Cerca de Barcelona, en la comarca del Vallés.
[4] En el Priorato de Tarragona, límite con Lleida.
[5] Nordeste de Tarrogona.
[6] En Cádiz, muy cerca de la capital.
[7] Oeste de Badajoz.
[8] Guipúzcoa, cerca de Irún.
[9] Suroeste de Francia, Pirineos Atlánticos.
[10] Sur de Cáceres.
[11] En el sentido del frente para el combate.

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