domingo, 15 de octubre de 2017

Villas, ciudades y comuneros



Plaza de Villalar con la iglesia y el rollo

Según Joseph Pérez las regiones donde tuvieron lugar los movimientos comuneros fueron Extremadura, Andalucía, Murcia, las provincias vascas y las dos Castillas. En Galicia también hubo movimientos contra los impuestos excesivos en Santiago y Mondoñedo, donde participaron monjes y otros eclesiásticos. La Junta comunera intentó ganar a Galicia para su causa, pero fue en vano, pues la nobleza gallega aprovechó este conflicto para pedir una Casa de Contratación en A Coruña que comerciase con América y representación en Cortes. La población, de lo que se quejaba era de los altos impuestos y de los abusos señoriales, no de la centralización del poder real, ya que la mayoría del territorio era de señorío.

En Extremadura parece que Cáceres se unió a la Comunidad, dándose en Plasencia vivas a aquella y a los reyes (Juana y Carlos), uniéndose al bando rebelde en una mezcla de deseo de libertad y adhesión al rey con la lucha entre linajes locales, habiéndose dado casos en los que se aprovechó el conflicto para dirimir diferencias entre clanes. La importancia de las comunidades en la zona central de Castilla se debe a la existencia de muchas ciudades de realengo, es decir, libres, con hombres que no soportan una mengua de su libertad por la política del rey y sus colaboradores, y según el cardenal Adriano, las ciudades andaluzas más comuneras fueron Jaén, Úbeda y Baeza, en el primer caso con vacilaciones y predominando reivindicaciones locales; en Cazorla, por ejemplo, el conflicto fue antiseñorial, no comunero, y el caso de Sevilla es también ejemplo de rivalidades aristocráticas.

Entre los comuneros cabe distinguir a los dirigentes, que tenían intenciones más bien políticas y los comuneros de “a pie” que se sumaron más con intenciones sociales. Los núcleos principales del movimiento comunero fueron Toledo y Valladolid, siendo la dirección Sur-Norte: Toledo, Segovia, Valladolid, Palencia; luego Madrid, Ávila y Medina del Campo; Zamora, Toro y Salamanca. Fuera de esta zona la revolución se debilita: Cuenca, Guadalajara, Soria y León. Burgos fue hostil al movimiento y las agitaciones en Murcia y las provincias vascas no siguieron a la Junta central sino accidentalmente. Según el censo de 1530, Sevilla era la ciudad más poblada de la Corona de Castilla con 45.000 habitantes (según Domínguez Ortiz, 60.000), seguida de Valladolid (38.000), Córdoba (33.000), Toledo (32.000), Jaén (23.000), Segovia (15.000, de los que casi 3.000 eran hidalgos y casi 700 clérigos), Baeza (14.200), Úbeda (14.100), Murcia (13.500), Salamanca (13.100) y Medina de Rioseco (11.300)[1]. Madrid solo tenía 4.000 habitantes y, según Domínguez Ortiz, Ávila, Alcalá de Henares, Burgos, Ciudad Rodrigo, Palencia, Plasencia y Zamora tenían menos de 9.000 habitantes (excepto la primera).

Las Comunidades, pues, se originaron y desarrollaron en la región más poblada y con una red de comunicaciones más completa en el siglo XVI, donde se encontraban los más importantes centros textiles: Toledo, Segovia, Palencia y Cuenca. Para Joseph Pérez había causas económicas en el movimiento comunero, pero este fue legalista: no propugnó la sustitución del orden legal vigente; exigen que se respeten las leyes, los fueros, las libertades locales contra la pretendida centralización de la Corte. Por ello no cabe hablar de movimiento revolucionario, no se discute al rey pero se le exige que acepte las posiciones de la Junta.

El movimiento comunero se inició en abril de 1520 en Toledo y terminó ente abril de 1521 en Villalar y febrero de 1522 en Toledo, pero no presentó un frente unido. La principal motivación de la revuelta no estuvo en la oposición a la corte de flamencos, sino a las contradicciones de la Castilla del siglo XVI: centro-periferia, nobleza-tercer estado. Cuando se disolvió la “gente de ordenanza” en 1517, las armas ya adquiridas por los municipios servirían, una vez robadas, para los comuneros, mientras que la burguesía de la época presentaba una división evidente: comerciantes exportadores de Burgos y el Cantábrico contra industriales laneros de Segovia y el interior.

En cuanto a la población campesina pesaban sobre ella derechos señoriales, diezmos, impuestos sobre la tierra, usura… y aún en el caso del campesinado libre, si estaba en territorio de jurisdicción señorial, quedaba sometido a una serie de tributos, especialmente el fuero y la martiniega, cuya finalidad era poner de manifiesto los derechos jurídicos del señor. Otros impuestos eran la pensión y el humazgo, el pedido, el yantar, el servicio, etc., pero no eran coincidentes en todos los lugares. Una prueba del malestar de los habitantes de señorío se pone de manifiesto en un relato de Bartolomé de las Casas: en 1518 reclutaba gente para ir a las Indias y preguntó a un viejo de más de 70 años de entre los varios que se presentaban, cual era la razón de querer ir a América, a lo que contestó que “a morirme y dejar a mis hijos en tierra libre…

Para los campesinos la renta de la tierra (los no propietarios) era la carga más gravosa de cuantas pesaban sobre ellos y entre los comuneros de 1520 se encuentran numerosos contratos de censos, que se habían extendido mucho en Castilla.


[1] Véase la importancia de Andalucía, 5 ciudades de un total de 11, y la meseta: 4 al norte del Sistema Central y Toledo al sur.

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